La banda neoyorquina se encuentra ante uno de los retos más grandes de su carrera
Como sabemos y por ser este tiempo electoral, el próximo sábado 20 de abril, Interpol se presentará en el zócalo de Ciudad de México, con un show que los neoyorquinos calificaron como muy especial.
En cuanto se dio la noticia, en redes sociales se observó la emoción de un gran sector, uno que sabe y entiende que Interpol representa un pilar del rock del dosmil (o alternativo, indie o cualquiera que sea el nombre que se le dé).
Aunque emocionada por la noticia -pertenezco a ese sector poblacional- y tomando en cuenta los comunes chistes que cada vez que Interpol regresa a México se hacen sobre su ya casi nacionalidad mexicana, pensaba en por qué nos sigue importando que los neoyorquinos vuelvan, por qué seguimos yendo cada vez que se anuncia un show suyo. Por qué Interpol sigue siendo relevante para nuestra sociedad de adultos jóvenes contemporáneos sin derechos laborales ni acceso a la vivienda. Ese cuestionamiento es el que trataré de solucionar aquí.
¿Por qué nos emociona Interpol?
Eran las 2:00 am de un miércoles y mi pareja y yo cantábamos “No I in threesome” del disco Our love to admire; nos estábamos preparando para el concierto del sábado. En su mirada y en mi voz noté la emoción de ambos. “Qué maravillosa letra” me dijo él, yo asentí.
Fue en ese momento en el que comencé a pensar en por qué nuestra generación se había enamorado de una banda que sonaba a una tristeza muy particular: una resignada, pero cínica, una evidentemente heredera del post-punk (aunque ellos lo nieguen) y del grunge, y de su indiferencia y desesperanza ante el mundo.
La letra, ¡por supuesto! Paul Banks, vocalista de la banda, estudió literatura inglesa, lo que podría explicar que haya desarrollado la sensibilidad para escribir sobre las relaciones personales con metáforas tan simples y complejas a la vez. Pero, sin importar dónde o cómo lo haya aprendido, la capacidad de Banks para describir y establecer sensaciones, emociones y atmósferas es definitivamente uno de los atributos que ha hecho de Interpol una banda con un discurso real, pues en ellas se puede oler la sinceridad, la honestidad de saberse humano igual que el resto.
Luego, las guitarras de Daniel Kessler nos recordaron la magia de los riffs de Interpol, tan simples que casi puedes acariciarlos, tan precisos en el espacio que ocupan, tan oportunos en sus variaciones, en sus remates, en sus acentos. Imposible no escucharlos e imitarlos con la mano, con los labios, con el corazón.
Cuando sonó “Public Pervert” del Antics, hablamos de uno de los genios de la música: Carlos Dengler, que aunque abandonó a la banda por seguir el segundo mejor trabajo del mundo, ser profesor (el primero es ser estrella de rock, evidentemente), nos permitió conocer la delicadeza, la consistencia, la totalidad y la magnitud de las líneas de bajo. Que una banda le haya concedido tanta fuerza a un instrumento poco apreciado y que lo haya convertido en el eje de la composición, demuestra la preocupación de los músicos por hablar desde lo profundo, desde la crudeza de las entrañas.
Sam Fogarino fue el siguiente en la lista: pensar en su batería, con esos cambios de tiempo tan emocionantes y grandilocuentes como en “Not even jail” me hizo pensar en la fuerza del conjunto, en que todo ello, por separado, quizá no poseería la fuerza que sólo juntos han sabido construir a lo largo de más de 30 años. “La unión hace la fuerza” jamás explicado mejor.
Musicalmente, los atributos son evidentes e innegables, Interpol es una banda que tiene la suficiencia para crear los discos que necesiten crear. Sin embargo, la importancia de la banda para los fans mexicanos no sólo reside en ello. Nuestra relación es aun más significativa.
Todas las bandas deben hacer sentir a cualquier país que visiten como “el mejor público del mundo”, lo sabemos, lo asumimos y hasta Los Simpson se burlan de ello (esto no aplica en bandas como la extinta Oasis), sin embargo, el cariño que existe entre Interpol y México se siente sincero, desde ambos lados, creemos.
Paul Banks vivió y estudió en México un tiempo, por eso su acento casi perfecto de español mexicano. Eso, según Banks, le permitió establecer una relación estrecha con nuestro país. ¿Cómo es que podríamos comprobar que dicho sentimiento existe? Sólo hay que mirar la sonrisa de Banks en cualquier presentación en México (especialmente en la capital del país). Incluso en el último Palacio de los Deportes que realizaron en 2022, luego del tradicional juego del encore y final del concierto, Interpol decidió volver para tocar un tema extra; “y todavía preguntas si te quiero”, dice una cursi canción.
Además de las sonrisas, el lanzamiento de su más reciente disco The other side of make-believe, se hizo en nuestro país, así como la grabación del video de su primer sencillo “The Rover” (y en el que parece Albert Hammond Jr.). La fascinación y cariño de Banks por México -y creemos que de Kessler y Fogarino por extensión- puede palparse en sus viajes, en su permanencia y en sus desiciones, comerciales o no.
Así, durante mucho tiempo existieron los rumores de un concierto gratuito de Interpol en el zócalo, sobre todo luego de una visita de la banda al Museo de la Ciudad de México, pues además se oficializó en los propios medios del gobierno de la ciudad; sin embargo y luego de ver que nada sucedía, la esperanza se perdió, por lo que el anuncio de la fecha en el centro capitalino nos sorprendió al mismo tiempo que nos llenó absolutamente de emoción.
El próximo sábado una generación se reunirá en el zócalo para ver una de las presentaciones más grandes de la banda neoyorquina, momento que, estemos conscientes o no, será histórico. En ese mismo lugar ha habido ya shows de grandes como Paul McCartney o Roger Waters; Interpol, sin temor a decirlo, se ha ganado con creces estar ahí.
Y así fue que, en aquel momento, en nuestro departamento, escuchamos todas esas razones por las que Interpol sigue erizando nuestra piel; bailábamos y cantábamos con la misma emoción que cuando a los 14 años te encontrabas con el Turn on the bright lights o el Antics. Y ahí, en ese espacio y momento, nos llenamos de emoción por saber que en unos días veríamos a Interpol juntos, por primera vez; que nos conmoveríamos hasta las lágrimas con “My desire” o “C’mere” y que saldríamos de ahí sabiendo que presenciamos e hicimos historia.
Y seguramente no fuimos los únicos que sintieron lo mismo esa noche.
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