The Drums: el poder de un nombre

La noche en que surfeamos con The Drums al oriente de la ciudad

✍️: Arantza Minami 📸: Brandon Díaz
El pasado 18 de octubre, el proyecto de Jonathan Pierce, The Drums, se presentó en CDMX en el Pabellón Oeste. Minutos luego de las 21:00 h, dio comienzo el reencuentro del neoyorkino con sus fans mexicanos, quienes poco a poco llenaron de vida un lugar que al principio y con la banda abridora, Valgur, lucía casi vacío.

Sonaron las primeras notas de “Are u fucked” y la audiencia se encendió entre aplausos y gritos. El tercer tema de la noche fue el hit “Best friend” y la alegría podía advertirse en los rostros de algunas parejas y grupos de amigos  a mi alrededor.

La euforia continuó con temas como “What you are”, “Plastic envelope/Protect him always” y “I’m still scared”. Luego, llegó el momento de viajar al pasado, al disco Portamento, con “Book of revelation” que fue recibida con una creciente emoción.

Pierce se mostró cálido con sus fans, pues habló de cómo el público mexicano fue muy importante durante los momentos difíciles que había vivido y que había plasmado en su muy personal álbum Jonny.

Luego de interpretar canciones como “Be gentle”, “I need a doctor” y “The Flowers”, la banda se preparaba para el momento del encore, cerrando la primera parte de la presentación con su exitoso tema “Money”.​​

Al volver de la pausa, Pierce reforzó su cariño a la audiencia mexicana interpretando “Meet me in Mexico”, para luego soltar toda la energía de las olas californianas con “Let’s go surfing”, tema que el Pabellón Oeste convirtió en una fiesta en la que todos surfeaban entre cada nota que sonaba.

La energía y las cervezas corrían por doquier, pero la noche llegaba a su fin. “I want it all” fue el tema que cerró la presentación de la banda, que en su mayoría abordó temas del más reciente material, por la que algunos fans se quedaron con ganas de escuchar temas de álbumes como Brutalism o Encyclopedia; sin embargo, las sonrisas y abrazos que los asistentes repartían entre sí al salir del lugar, atestiguaban la mágica experiencia que habían tenido al bailar con una banda que lo dio todo, de principio a fin. Y así, al caminar hacia el metro, iba pensando en los viejos tiempos, en mi primer concierto; en esas bandas que no necesitan demasiado artificio para tocar y conectar con su público: sin pantallas, unas cuantas luces y el poder de su nombre detrás.

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